miércoles, 4 de febrero de 2009

AUTOBIOGRAFÍA. SIGMUND FREUD. EL SENTIDO DE LOS SÍNTOMAS.LOS MECANISMOS PSÍQUICOS DE LOS FENÓMENOS HISTÉRICOS. NEURASTENIA Y NEUROSIS DE ANGUSTIA.

II COMPLETANDO la exposición que precede, añadiré que desde un principio me serví del hipnotismo para un fin distinto de la sugestión hipnótica. Lo utilicé, en efecto, para hacer que el enfermo me revelase la historia de la génesis de sus síntomas, sobre la cual no podía muchas veces proporcionarme dato alguno hallándose en estado normal. Este procedimiento, a más de entrañar una mayor eficacia que los simples mandatos y prohibiciones de la sugestión, satisfacía la curiosidad científica del médico, el cual poseía un indiscutible derecho a averiguar algo del origen del fenómeno, cuya desaparición intentaba lograr por medio del monótono procedimiento de la sugestión. A este otro procedimiento llegué del modo siguiente: Hallándome aún en el laboratorio de Brücke conocí al doctor José Breuer, uno de los médicos de cabecera más considerados de Viena, que poseía además un pasado científico, pues era autor de varios valiosos trabajos sobre la fisiología de la respiración y sobre el órgano del equilibrio. Era Breuer un hombre de inteligencia sobresaliente, catorce años mayor que yo. Nuestras relaciones se hicieron pronto íntimas, y Breuer llevó su amistad hasta auxiliarme en situaciones difíciles de mi vida. Durante muchos años compartimos todo interés científico, siendo yo, naturalmente, a quien este intercambio beneficiaba más. El desarrollo del psicoanálisis me costó después su amistad. Muy difícil me fue prescindir de ella, pero resultó inevitable. Antes de mi viaje a París me había comunicado ya Breuer un caso de histeria, sometido por él desde 1880 a 1882 a un tratamiento especial, por medio del cual había conseguido penetrar profundamente en la motivación y significación de los síntomas histéricos. Esto sucedía en una época en la que los trabajos de Janet pertenecían aún al futuro. Breuer me leyó varias veces fragmentos del historial clínico de dicho caso, que me dieron la impresión de constituir un progreso decisivo en la inteligencia de las neurosis. Durante mi estancia en París di cuenta a Charcot de los descubrimientos de Breuer, pero el maestro no demostró interesarse por ellos. De retorno a Viena, hice que Breuer me comunicase más detalladamente sus observaciones. La paciente era una muchacha de ilustración y aptitudes nada comunes, cuya dolencia había comenzado a manifestarse en ocasión de hallarse dedicada al cuidado de su padre, gravemente enfermo. Cuando acudió a la consulta de Breuer, ofrecía un variado cuadro sintomático: parálisis, con contracciones, inhibiciones y estado de perturbación psíquica. Una observación casual reveló al médico que la paciente podía ser libertada de tales perturbaciones de la conciencia cuando se le hacia dar una expresión verbal a la fantasía afectiva que de momento la dominaba. De este descubrimiento dedujo Breuer un método terapéutico. Sumiendo a la sujeto en un profundo sueño hipnótico, la hacía relatar lo que en aquellos instantes oprimía su ánimo. Dominados así los accesos de perturbación depresiva, empleó el mismo procedimiento para provocar la desaparición de las inhibiciones y de los trastornos somáticos. Durante el estado de vigilia, la paciente era tan incapaz como otros enfermos de indicar la génesis de sus síntomas y no encontraba conexión alguna entre ellos y algunas impresiones de su vida. Pero en la hipnosis hallaba inmediatamente el enlace buscado. Resultó así que todos sus síntomas se hallaban relacionados con intensas impresiones, recibidas durante el tiempo que pasó cuidando a su padre, enfermo, y que, por tanto, poseían un sentido, correspondiendo a restos o reminiscencias de tales situaciones afectivas. Generalmente resultaba que en ocasión de hallarse junto al lecho de su padre había tenido que reprimir un pensamiento o un impulso, en cuyo lugar y representación había luego aparecido el síntoma. Mas, por lo regular, cada síntoma no constituía el residuo de una sola escena «traumática», sino el resultado de la adición de numerosas situaciones análogas. Cuando luego en la hipnosis recordaba la sujeto alucinatoriamente una tal situación y realizaba a posteriori el acto psíquico antes reprimido, dando libre curso al afecto correspondiente, desaparecía definitivamente el síntoma. Por medio de este procedimiento consiguió Breuer, después de una larga y penosa labor, libertar a la enferma de todos sus síntomas. La sujeto quedó así curada, y no volvió a experimentar perturbación alguna del orden histérico, habiéndose demostrado luego capaz de importantes rendimientos intelectuales. Pero el desenlace del tratamiento quedaba envuelto para mi en una cierta oscuridad, que Breuer no quiso nunca disipar. También me era imposible comprender por qué había mantenido secreto durante tanto tiempo su descubrimiento, que yo consideraba inestimable, en lugar de hacerlo público, en provecho de la ciencia. La única objeción admisible era la de si debía generalizar un hecho comprobado tan sólo en un único caso, pero las circunstancias descubiertas me parecían de naturaleza tan fundamental, que, una vez demostradas en un caso de histeria, tenían, a mi juicio, que aparecer integradas en todo enfermo de este orden. Ahora bien: siendo ésta una cuestión que sólo la experiencia podía decidir, comencé a repetir con mis pacientes las investigaciones de Breuer, no empleando con ellos método ninguno distinto, sobre todo después que mi visita a Bernheim en 1889 me hubo revelado los límites eficaces de la sugestión hipnótica, y al cabo de varios años, durante los cuales no hallé un solo caso de histeria que siendo accesible a dicho método no confirmase los descubrimientos de Breuer, habiendo reunido un importante material de observaciones análogas a las suyas, le propuse publicar un trabajo común sobre la materia, cosa a la que comenzó por resistirse tenazmente. Por último, cedió a mis instancias cuando ya Janet se había adelantado, publicando en sus trabajos una parte de los resultados anteriormente obtenidos por Breuer; esto es, la referencia de los síntomas histéricos a impresiones de la vida del sujeto y su supresión por medio de la reproducción hipnótica in statu nascendi. Así, pues, dimos a la estampa en 1893 una «comunicación interna», titulada Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos, y en 1895, nuestro libro Estudios sobre la histeria (*522). Nota 522 El contenido de este libro es, en su parte esencial, de Breuer, circunstancia que siempre he declarado honradamente y que hago constar aquí una vez más. En la teoría que en él se intenta elaborar trabajé en una medida cuya determinación no es ya hoy posible. Esta teoría se mantiene dentro de límites modestísimos, no yendo mucho más allá de una expresión inmediata de las observaciones realizadas. No intenta fijar la naturaleza de la histeria, sino tan sólo esclarecer la génesis de sus síntomas. En esta labor acentúa la significación de la vida afectiva y la importancia de la distinción entre actos psíquicos inconscientes y conscientes (o mejor, capaces de conciencia) e introduce un factor dinámico, haciendo nacer el síntoma del estancamiento de un afecto y un factor económico, considerando al mismo síntoma como el resultado de la transformación de un montante de energía, utilizado normalmente de un modo distinto (la llamada «conversión»). Breuer dio a nuestro método el calificativo de «catártico», y declaró que su síntoma terapéutico era el de hacer que el montante de afecto usado para mantener el síntoma y estancado en vías erradas, y sea llevado a la descarga (o abreación) por vías normales. Este método catártico alcanzó excelentes resultados. Los defectos que más tarde demostró entrañar son los inherentes a todo tratamiento hipnótico. Todavía actualmente hay muchos psicoterapeutas que continúan empleando este método tal y como Breuer lo empleaba. En el tratamiento de las neurosis de guerra en el Ejército alemán durante la conflagración europea, lo ha utilizado E. Simmel con éxito satisfactorio como procedimiento curativo abreviado. La sexualidad no desempeñaba en la teoría de la catarsis papel importante alguno. En los historiales clínicos aportados por mí a los Estudios sobre la histeria intervienen ciertamente factores de la vida sexual; pero apenas se les concede un valor distinto del de las restantes excitaciones afectivas. De su primera paciente, que ha llegado a adquirir celebridad, cuenta Breuer que lo sexual se hallaba en ella sorprendentemente poco desarrollado. Por los Estudios sobre la histeria no sería fácil adivinar la importancia de la sexualidad en la etiología de las neurosis. He descrito ya varias veces tan detalladamente el estadio inmediato de nuestra disciplina, o sea, el paso desde la catarsis al psicoanálisis propiamente dicho, que ha de serme difícil consignar aquí nada nuevo. El suceso que inició esta transición fue el retraimiento de Breuer de nuestra colaboración, quedando desde este momento en mis manos la administración de su herencia. Ya anteriormente habían surgido entre nosotros algunas diferencias de opinión; pero no habían sido suficientes para separarnos. Para el problema de cuándo se hace patógeno un proceso anímico, esto es, de cuándo queda excluido de un desenlace normal, prefería Breuer una teoría que pudiéramos calificar de fisiológica. Opinaba que los procesos que escapaban a su destino normal eran aquellos que nacían en estados anímicos extraordinarios (estados «hipnoides»). Pero esta solución no hacía sino plantear un nuevo problema: el de cuál podría ser el origen de tales estados hipnoides. Por mi parte, suponía, en cambio, la existencia de un juego de fuerzas, esto es, del efecto de intenciones y tendencias análogas a las observables en la vida anormal, oponiendo así a la «histeria hipnoide» de Breuer la «neurosis de defensa». Pero estas y otras diferencias no hubieran llevado nunca a Breuer a abandonar sus trabajos si no hubiesen venido a agregarse a ellas otros factores. En primer lugar, su extensa clientela le impedía dedicar como yo, toda su actividad a la labor catártica, y, además, influyó sobre él la mala acogida que nuestro libro obtuvo. Su confianza en sí mismo y su capacidad de resistencia no se hallaban a la altura de su restante organización espiritual. Cuando, por ejemplo, dedica Strümpell una durísima crítica a nuestro libro, pude yo dejarla resbalar sobre mí, dándome cuenta de la absoluta incomprensión del exegeta; pero Breuer se irritó y comenzó a sentirse descorazonado. De todos modos, lo que más contribuyó a su decisión fue la imposibilidad de familiarizarse con la nueva orientación que tomaron mis trabajos. La teoría que habíamos intentado edificar en los Estudios era muy incompleta. Sobre todo, apenas habíamos rozado el problema de la etiología, o sea el de la base del proceso patógeno. Posteriormente hube de comprobar con mayor evidencia cada vez que detrás de las manifestaciones de la neurosis no actuaban excitaciones afectivas de naturaleza indistinta, sino precisamente de naturaleza sexual, siendo siempre conflictos sexuales actuales o repercusiones de sucesos sexuales pasados. He de hacer constar que no me hallaba preparado a tal descubrimiento, totalmente inesperado para mí, que no llevó a la investigación de los sujetos neuróticos prejuicio alguno de este orden. Cuando en 1914 escribí la Historia del movimiento psicoanalítico surgió en mí el recuerdo de algunos dichos de Breuer, Charcot y Chrobak, que podían haberme orientado en este camino. Mas por entonces no comprendí bien lo que tales autoridades querían decir, y sus afirmaciones dormitaron en mí hasta que, con ocasión de las investigaciones catárticas, resurgieron bajo la forma de descubrimiento propio. Tampoco sabía en aquella época que al referir la histeria a la sexualidad había retrocedido a los tiempos más antiguos de la Medicina y me había agregado a un juicio de Platón. Esto último me lo reveló mucho después la lectura de un trabajo de Havelock Ellis. Bajo la influencia de mi sorprendente descubrimiento di un paso que ha tenido amplias consecuencias. Traspasé los límites de la histeria y comencé a investigar la vida sexual de los enfermos llamados neurasténicos, que acudían en gran número a mi consulta. Este experimento me costó gran parte de mi clientela; pero me procuró diversas convicciones, que hoy día, cerca de treinta años después, conservan toda su fuerza. Era, desde luego, necesario vencer la infinita hipocresía con la que se encubre todo lo referente a la sexualidad; pero una vez conseguido esto, se hallaban en la mayoría de estos enfermos importantes desviaciones de la función sexual. Dada la gran frecuencia tanto de dichas desviaciones como de la neurastenia, no presentaba su coincidencia gran fuerza probatoria; pero posteriores observaciones, más penetrantes, me hicieron descubrir en la abigarrada colección de cuadros patológicos, reunida bajo el concepto de neurastenia, dos tipos fundamentalmente diferentes que podían surgir, mezclados en muy variadas proporciones, pero que también se ofrecían aislados a la observación. En uno de estos tipos era el ataque de angustia el fenómeno central, con sus equivalentes formas rudimentarias y síntomas sustitutivos crónicos, por todo lo cual le di el nombre de neurosis de angustia, limitando al otro tipo la denominación de neurastenia. Una vez hecho esto, fue fácil determinar que a cada uno de estos tipos correspondía una distinta anormalidad de la vida sexual como factor etiológico (coitus interruptus, excitación frustrada y abstinencia sexual en un caso, y masturbación excesiva y poluciones frecuentes en el otro). En algunos casos, especialmente instructivos, en los que tenía efecto una sorprendente transición del cuadro patológico desde uno de los dos tipos al otro, conseguí demostrar que dicha transición se hallaba basada en un cambio correlativo del régimen sexual. Cuando se lograba hacer cesar la anormalidad y sustituirla por una actividad sexual normal, mejoraba considerablemente el estado del sujeto. De este modo llegué a considerar las neurosis, en general, como perturbaciones de la función sexual, siendo las llamadas neurosis actuales una expresión tóxica directa de dichas perturbaciones, y las psiconeurosis, una expresión psíquica de las mismas. Mi conciencia médica quedó satisfecha con este resultado, pues esperaba haber llenado una laguna de la Medicina, la cual no admitía, con relación a una función tan importante biológicamente como ésta, otras perturbaciones que las causadas por una infección o por una grosera lesión anatómica. Aparte de esto, mi teoría se hallaba de acuerdo con la opinión médica de que la sexualidad no es simplemente algo psíquico, sino que tiene también su faceta somática, debiéndose atribuirle un quimismo especial y derivar la excitación sexual de la presencia de determinadas materias aún desconocidas. El hecho de que las neurosis espontáneas, propiamente dichas, no mostrasen tanta analogía con ningún grupo de enfermedades como con los fenómenos de intoxicación y abstinencia provocados por la introducción o sustracción de ciertas materias tóxicas o con la enfermedad de Basedow, cuya dependencia del producto de la glándula tiroides es generalmente conocida, tenía también que poseer algún fundamento. Posteriormente no he tenido ocasión de volver sobre las investigaciones de las neurosis actuales. No ha habido tampoco nadie que haya continuado esta parte de mi labor. Volviendo hoy la vista a los resultados entonces obtenidos, reconozco en ello una primera y burda esquematización de un estado de cosas probablemente mucho más complicado; pero continúo considerándolos exactos. Me hubiera complacido someter al análisis psicoanalítico en épocas posteriores del desarrollo de nuestra disciplina otros casos de neurastenia pura, juvenil; pero, como ya indiqué antes, no he tenido ocasión para ello. Para evitar equivocadas interpretaciones haré constar que estoy muy lejos de negar la existencia del conflicto psíquico y de los complejos neuróticos en la neurastenia. Me limito a afirmar que los síntomas de estos enfermos no se hallan determinados psíquicamente ni son susceptibles de supresión por medio del análisis, debiendo ser considerados como consecuencias tóxicas directas de la perturbación del quimismo sexual. Cuando en los años siguientes a la publicación de los Estudios llegué a estos resultados referentes al papel etiológico de la sexualidad en las neurosis, los expuse en varias conferencias, tropezando con la general incredulidad y oposición. Breuer intentó una vez más apoyarme con todo el peso de su autoridad personal; pero nada consiguió, tanto más cuanto que no era difícil adivinar que la aceptación de la etiología sexual era también contraria a sus inclinaciones. Hubiera podido desorientarme y dar armas a la crítica alegando el caso de su primera paciente, en la que no parecía haber intervenido para nada el factor sexual. Pero jamás utilizó tal argumento, circunstancia que no llegué a comprender hasta que algún tiempo después pude interpretar acertadamente dicho caso y reconstruir el punto de partida de su tratamiento basándome en las observaciones que sobre él me había comunicado Breuer. Terminada la labor de «amor de transferencia», y no acertando Breuer a relacionar dicho estado en la enfermedad, hubo de cortar, lleno de confusión, su trato con la sujeto, resultándole desde aquel momento muy penoso todo lo que le recordaba este incidente, al que consideraba como una infortunada casualidad. Su conducta para conmigo osciló repentinamente entre el reconocimiento de mis afirmaciones y su más acerba crítica. Luego surgieron, como siempre en estas situaciones, circunstancias fortuitas que acabaron provocando nuestra separación. Mi estudio de las formas de la nerviosidad general me llevó asimismo a modificar la técnica catártica. Abandoné la hipnosis e intenté sustituirla por otro método, buscando superar la limitación del tratamiento a los estados histeriformes. Además, había comprobado dos graves insuficiencias del empleo del hipnotismo, incluso en su aplicación a la catarsis. En primer lugar, los resultados terapéuticos obtenidos desaparecían ante la menor perturbación de la relación personal entre médico y enfermo. Volvían ciertamente a aparecer una vez conseguida la reconciliación; pero se demostraba así que la relación personal afectiva -factor imposible de dominar- era más poderosa que la labor catártica. Además, llegó un día en el que me fue dado comprobar algo que sospechaba ya desde mucho tiempo atrás. Una de mis pacientes más dóciles, con la cual había obtenido por medio del hipnotismo los más favorables resultados, me sorprendió, un día que había logrado libertarla de un doloroso acceso refiriéndolo a su causa inicial, echándome los brazos al cuello al despertar del sueño hipnótico. Una criada que llamó a la puerta en aquellos momentos nos evitó una penosa explicación; pero desde tal día renunciamos, por un acuerdo tácito, a la continuación del tratamiento hipnótico. Suficientemente modesto para no atribuir aquel incidente a mis atractivos personales, supuse haber descubierto con él la naturaleza del elemento místico que actuaba detrás del hipnotismo. Para suprimirlo o, por lo menos, aislarlo tenía que abandonar el procedimiento hipnótico. Pero el hipnotismo había prestado al tratamiento catártico extraordinarios servicios, ampliando el campo de la conciencia del sujeto y proporcionándole un conocimiento del que carecía en estado de vigilia. No parecía, pues nada fácil hallar con qué sustituirlo. En esta perplejidad, recordé un experimento del que había sido testigo durante mi visita a Bernheim. Cuando el sujeto despertaba del sonambulismo, parecía haber perdido todo recuerdo de lo sucedido durante dicho estado. Pero Bernheim afirmaba que sabía perfectamente cuándo había pasado, y cuando le invitaba a recordarlo, insistiendo en que nada de ello ignoraba, debiendo decirlo, y colocaba la mano sobre la frente del sujeto, acababan por surgir los recuerdos olvidados, vacilantemente primero y luego con absoluta fluidez y claridad. Decidí, pues, emplear este mismo procedimiento. Mis pacientes tenían también que «saber» lo que antes les hacía accesible la hipnosis, y mi insistencia en este sentido había de tener el poder de llevar a la conciencia los hechos y conexiones olvidados. Este procedimiento habría de ser más trabajoso que el hipnótico, pero también más instructivo. Abandoné, pues, el hipnotismo y sólo conservé de él la colocación del paciente en decúbito supino sobre un lecho de reposo, situándome yo detrás de él de manera a verle sin ser visto.

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